Por Lucía Osorio
A veces me gusta pensar que las películas son adaptaciones involuntarias. Habría que comenzar definiendo primero qué es una adaptación. Adaptar es transformar, modificar, es observar el nuevo entorno y adecuarse a nuevas reglas. En una adaptación cinematográfica el texto original está huérfano y se constituye en un nuevo entorno con otras características. Cuando una película adapta un libro no sólo está tomando esa obra como base, sino todo el bagaje cultural, político y social de quien está a cargo. En ese sentido, no hay vez en la que una creación no implique una adaptación. Toda obra es reciclaje, inspiración, observación, homenaje, crítica, ruptura, diálogo.
Hay casos en los que las adaptaciones cinematográficas son explícitas. Entonces aparece el cartel «basada en la obra original de…», que en el caso de Nomadland se trata del libro homónimo de la autora Jessica Bruder: una crónica de viaje y testimonio de la vida de un grupo de personas que viven fuera del sistema en las carreteras estadounidenses.
En esta película, como diría Borges, «verdadero era el tono, verdadero el pudor, verdadero el odio. Verdadero también era el ultraje que había padecido; sólo eran falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios».
Del libro original, la directora, Chloé Zhao, toma los nombres propios y los giros argumentales. Pero le imprime una poética y una filosofía que retoman muy fuertemente toda la obra del autor y padre de la literatura norteamericana, Henry David Thoreau. Probablemente no sea un diálogo consciente o voluntario. Pero claro que aparece ahí, y se percibe con mucha solidez en cada escena que exalta el contacto con la naturaleza, en cada diálogo que sostiene Fern (interpretada brillantemente por Frances McDormand) con sus compañeros circunstanciales de viaje, incluso con la aparición casi fantasmagórica de un bisonte que, casualmente, ilustra también la portada de Una vida sin principios, de Thoreau (Ed. Godot).
Thoreau nació en Concord, Massachusetts un 12 de julio de 1817. Y se definía como «inspector de ventiscas y diluvios». En 1845 construyó una cabaña cerca del pantano de Walden, para llevar una vida sencilla y dedicarse completamente a observar la naturaleza y escribir. Fue profundamente crítico con el sistema y la época, pero sus textos siguen teniendo una actualidad angustiante.
En Nomadland, el hábitat natural de Fern es su camioneta. La ruta es su guía, y el recorrido por Estados Unidos, su día a día. Subsiste con lo mínimo, toma trabajos temporarios y hace amistades cortas. No puede aferrarse a nada ni a nadie, porque la vida como nómada es su identidad. El seguimiento cinematográfico adopta la cadencia y el ritmo de Fern, y de algún modo, cada vez que el lente recorre los campos rosados o cae por las cascadas brillantes, vemos las ideas de Thoreau sintetizadas en imágenes. Así, se da una narrativa de las adaptaciones: Fern adapta su estilo de vida al constante movimiento nómada, y la película adapta su tono observacional a la poética de Thoreau.
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