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Foto del escritorUlrica Revista

Tres mujeres

Actualizado: 10 mar 2021

Por Lucía Osorio




Una madre y su hija se instalan en la ciudad costera de Mohang, Corea del Sur. Los motivos que las detienen en este pueblo no interesan demasiado a la trama. Pero la situación que las obliga a quedarse más tiempo de lo esperado, y las obliga a hacer una pausa en sus vidas, sí. Porque será la demora la que va a impulsar a la hija a sentarse a escribir. Allí es donde, realmente, comienza la película: con un experimento literario.

«Voy a escribir para calmar mis nervios», dice ella.

A partir de allí, se suceden tres historias. Las tres, transcurren en la misma ciudad de Mohang, en el mismo complejo de hoteles y en la misma playa. Los actores que interpretan estas tres historias, también son los mismos. Cambian los personajes y sus conflictos.

El ejercicio formal de En otro país (2012) es lo más llamativo en un primer momento. La idea de repetir locaciones y elenco es atractiva, novedosa. Pero su director Hong Sang Soo logra construir un microclima cada vez que se desarrolla una línea narrativa. Es un artista de lo mínimo. Con tan poco inventa una historia absolutamente distinta. Sólo basta que la protagonista cruce la calle en otro sentido, que se quede dormida o que escriba una carta, para conseguir tres películas conviviendo en una sola.

Lo curioso es que aquello que comienza como un ejercicio literario, sólo es posible en el terreno del cine. Es decir, el efecto formal de la repetición funciona únicamente si se desarrolla a través de la corporalidad. Esta misma propuesta, de manera escrita, pierde el sentido. Es importante que una y otra vez veamos las mismas caras. Que la familiaridad de los personajes esté asociada a su físico, y totalmente disociada de su personalidad. Que sean títeres, máscaras. Es por eso que tienen, de hecho, una impronta bastante caricaturesca en su forma de actuar, y al mismo tiempo muy espontánea.

La importancia de los cuerpos llega incluso a poner límites en la escritura. Isabelle Hupert, que protagoniza las tres historias, es una mujer blanca francesa con rasgos occidentales. Esa particularidad que aporta su cuerpo define las posibilidades de cada historia. Siempre se trata de una mujer francesa, una extranjera en Corea, y al mismo tiempo esa característica de foránea, visitante o turista la vuelve llamativa para los habitantes del pequeño pueblo coreano que enmarca toda la película.

Este contraste también afecta a las historias desde la palabra. Los idiomas se amalgaman. Escuchamos coreano, francés e inglés. El pastiche de idiomas es el sonido más presente en todo el film. Finalmente los créditos y títulos de esta película son anotaciones en birome sobre papel blanco. Como si de alguna manera nosotros, quienes estamos mirando a «la película fuera de la película», también fuéramos parte de las notas de la joven escritora. Ingresamos y salimos a través de un cuaderno, a través de la palabra escrita. Pero la idea sólo es posible a partir del cine y de los cuerpos. Una película que existe gracias a un ejercicio literario, y un escrito que sólo tiene sentido si es filmado. Cine y literatura enredados y dependientes. Demostrando que su vínculo no sólo se limita a la adaptación. Amantes eternos.

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