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  • Foto del escritorUlrica Revista

Huecos históricos

Librescas


Por Juan Francisco Baroffio



Un grupo de soldados romanos, en Dacia, da el grito «Ave, Imperator» en saludo a Sponsiano. Es el siglo III a.C. y los hombres se preparan para resistir un ataque de la tribu de los tauriscos, o de alguna otra de la etnia tracia. O tal vez nada de esto existió y es solo la astuta estratagema de un falsificador vienés de monedas antiguas en el siglo XVIII de nuestro tiempo. Incluso, podría ser que ambas historias sean falsas y verdaderas.

Curiosa ciencia la de la Historia. Necesita hechos, documentos, testimonios. Pero los hechos, los documentos y los testimonios son fácilmente forjables.

Por estos días, el portal de BBC News publicó un artículo sobre los resultados de una investigación llevada a cabo por Paul Pearson, Doctor en Ciencias de la Tierra y el Medio Ambiente y profesor honorario de la Universidad de Cardiff. Este hombre se propuso desvelar un antiguo debate que muchos ya daban por cerrado: la existencia del emperador romano Sponsiano.

Unas antiguas monedas de oro, desenterradas en el siglo XVIII, con el perfil de un hombre y la inscripción «IMP Sponsiani» eran la única evidencia. Durante tres siglos esas monedas fueron tenidas por una astuta falsificación. Pero Pearson afirma, en su estudio, que son auténticas con «casi total certeza».

Reavivado el debate (en pequeños círculos, es cierto), existe una posible respuesta a la existencia de estas monedas: Sponsiano pudo haber sido un jefe militar en la Dacia, durante los caóticos años del emperador Galeno (del que sí hay registros históricos). La Dacia, enclavada en los Carpatos, se pudo haber visto amenazada por belicosas tribus que resentían el poder de los romanos. Y en aquellos tiempos extraordinarios, no es de extrañar que el lider militar se haya proclamado Emperador para dar un mando unificado a su región.

Pero claro, todo esto no deja de ser una especulación. Tal vez estemos ante una ficción bien elaborada. Los siglos (¡milenios!) que nos separan de aquel oscuro Sponsiano nos dan espacio, y mucho, para la imaginación. No es la primera vez en la historia en que se discute la existencia o no de algún personaje. Cada tantos siglos se pone en duda la existencia de Homero (ahora estamos en tiempos donde se afirma que sí, que existió). A Safo, la famosa poeta, también la envuelve algún que otro escepticismo. En un remoto momento, incluso se llegó a pensar que Sócrates no era más que un personaje inventado por Platón. En un caso contrario, algún que otro incauto creyó que Martín Fierro era un hombre de carne y hueso.

De Robin Hood al Gaucho Rivero, la Historia se ve atravesada por personajes de existencia casi mítica. Y ante la falta de hechos, documentos y testimonios, a veces la literatura, en sus diversas formas, se inmiscuye y llena los huecos que le faltan a la ciencia. Y ya sabemos que, si algo se vuelve popular y creído, echa raices más poderosas que todos los archivos históricos. ¿A cuántos tiranuelos la mítica popular ha endiosado? Incontables casos y de todos los colores políticos. Un poema popular bien declamado puede convertir al ladronzuelo más bajo en un héroe romántico. En las historias narradas por los anarquistas en los burdeles o en las representaciones de actores de tercera en los circos criollos se crearon los mitos de Zamacola y Mate Cocido, de Juan Moreira y de tantos otros.

Bartolomé Mitre escribió una vez: «No es posible hacer alquimia histórica, pues así como sin oro no se hace oro, sin documentos no se hace historia». Y aunque esto debería ser un norte para los historiadores modernos, es imposible penetrar en lo más recóndito de la existencia humana. Después de todo, estamos hechos del material del que están hechos los sueños. Sponsiano, tal vez sea real, tal vez un sueño. Quizá su vida estará ligada, irremediablemente, a que tan bien seamos capaces de narrar su vida.

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