Por Lucía Osorio
Una invitación a descubrir una adaptación en la que escuchar es tan importante como ver.
En el lenguaje cinematográfico hay un par de adjetivos que suelen repetirse muy asiduamente: diegético y extradiegético.
El uso de estos términos suele estar ligado al análisis de cualquier elemento que forme parte de la narración, en tanto pertenezcan al mundo narrado, o a la instancia de narración. Por ejemplo: cuando un personaje baila al ritmo de la música que sale de un tocadiscos, estamos ante la presencia de «música diegética», ya que ese sonido proviene de un elemento que existe en la representación. Si, en cambio, un personaje camina por la calle y nosotros como espectadores oímos una canción pero no la oye el personaje, se trata de «música extradiegética», ya que funciona como marca de la narración y no como elemento integrante del mundo representado.
Para analizar una película hay rutas infinitas. En este caso, para hablar del caso de Expiación (2007) elijo apuntar el arco y la flecha hacia el sonido. Y es que algo tan sencillo como lo sonoro es, quizás, el mayor desafío cuando hablamos de adaptaciones literarias al cine. ¿Cómo suena esta casa? ¿Cómo suena este pasillo? Claro que lo literario puede evocar el sonido. Pero no puede sonar. No hablo de descripciones. Hablo de texturas, de timbres, de ecos.
Joe Wright - conocido también por su adaptación de Orgullo y Prejuicio, y Ana Karenina- decidió encarar su adaptación del libro de Ian McEwan dándole una importancia narrativa vital al sonido. Elección inteligente la suya, señor.
Sin ánimos de spoilear ni el libro ni la película (las cuales invito fervientemente a leer y ver, en cualquier orden, pues, no altera el producto), Expiación es una obra que problematiza el proceso de la ficción, y más profundamente la construcción de la verdad y la mentira. En cualquier texto en el que se ponga en discusión este asunto, aparece el narrador como figura fundamental. En el cine no es tan fácil dar cuenta de un narrador, y mucho menos de la duda. La imagen tiene eso de irrefutable, esa confianza ciega, ese ver es creer. Pero, también, el cine es 50% imagen, 50% sonido. Esa segunda mitad fue para Wright el terreno más rico de creación. Desde los créditos de la película hasta el final, los sonidos y la música danzan entre lo diegético y lo extradiegético. Cuando un ritmo musical se instala como acompañante que agudiza el dramatismo, en seguida se actualiza en la representación, y vemos a un personaje tocando un piano, llevando a cabo la melodía oída. Cuando vemos a la protagonista escribir en su máquina de escribir, el sonido de las teclas se independiza, y se convierte en percusión musical. Ese ir y venir que pasa desapercibido, ya expone desde el inicio del film, la premisa del libro, y la potencia a una escala superior.
Por favor, cuando veas Expiación, no sólo la mires. Escuchá.
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