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  • Foto del escritorUlrica Revista

Imperecedero

Actualizado: 9 sept 2021

A modo de editorial


Año I - N°3- Septiembre 2020



La discusión del libro en papel o en formato digital es popular. Pero se equivoca el punto. El formato no hace a la esencia del libro. Para algunos primará la comodidad de un pequeño dispositivo que alberga miles de textos y, para otros, la falta de espacio físico de la vida moderna de las grandes urbes. Para otros, como quienes hacemos Ulrica Revista, lo más importante es el contacto irrestricto con el papel y su perfume, y los muebles repletos casi como fetiche. Pero el gusto o la necesidad, no cambian al objeto «libro».

Como escribieron Umberto Eco y Jean-Claude Carrière en N’esperéz pas vous débarrasser des livres (Nadie acabará con los libros – 2009) el libro podrá cambiar su formato o evolucionarán sus componentes, pero nunca dejará de ser lo que es.

Desde su popularización (limitada) en el siglo XV, el libro lo cambió todo. Se generó una nueva industria a su alrededor, se alfabetizaron paulatinamente a las masas, fueron portadores de revoluciones y de infamias. Se los quemaron y se les levantaron templos. Se los censuró, se los reivindicó, se los olvidó. A su alrededor se formó el aura mítica de objeto que contiene la cultura. Es, incluso, un signo de status. Es al intelectual, lo que la aureola al santo.

Este objeto que, de tan cotidiano casi nos pasa desapercibido, es el resultado de un trabajo invisible y colectivo. Un autor que imagina o estudia. Un editor que lee, corrige, aconseja y selecciona. Correctores que nos hacen expresar mejor las ideas, traductores que achican fronteras, maquetadores y diseñadores que nos cautivan con su trabajo. Obreros que cargan cajas con libros y las transportan, que operan las máquinas que los producen, que fabrican el papel, y un larguísimo etcétera de anónimos que participan en traernos este objeto de nuestro deleite y placer. Todo eso ocurre antes de llegar al librero y a nuestras vidas.

Hoy, comprar un libro es más que darse un lujo o un gusto. Es contribuir a mantener en funcionamiento una maquinaria inmensa. La de la cultura y la de las necesidades terrenales del que trabaja.

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