Por Gisela Paggi
La Guerra Civil Española fue el escenario sangriento donde los extremos de la derecha y de la izquierda se enfrentaron asolando al pueblo español. Mientras, entre hermanos, se arrasaba con todo el territorio de España, muchos escritores alzaron su palabra para defender al bando republicano que consideraban como la única posición frente al avance del Fascismo. Esta es la historia de un grupo de ellos.

En 1624 el poeta metafísico inglés John Donne escribía en su obra Devotions upon emergent occasions: «Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo del continente, una parte de la masa. Si el mar se lleva un terrón, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa señorial de uno de tus amigos, o la tuya propia. La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; por eso nunca hagas preguntas por quién doblan las campanas: doblan por ti.» Y en ese fragmento se encuentra el germen de una de las novelas más importantes del siglo XX, aquella que volvió a colocar a Ernest Hemingway en la cumbre del mundo literario.

Publicada en 1940, For Whom the Bells Toll (en castellano, Por quien doblan las campanas) es la novela más importante en la vida de un escritor osado que ofició como corresponsal en la Guerra Civil Española. Bien es conocido Hemingway por su vida aventurera y por su compromiso ideológico en igual medida que por su maestría literaria, que lo llevó a ser Premio Pulitzer primero, en 1953, y Nobel al año siguiente, en 1954. Y bien es conocido por su destino trágico cuando, agobiado por la idea o la certeza de la persecución política y preso de una angustia sin precedentes, acabó con su vida en 1961. Pero irremediablemente el nombre de Hemingway se liga al de ese enfrentamiento entre hermanos que se sucedió durante tres largos años en suelo español y que invitaría a escritores de diferentes latitudes a comprometerse con la causa republicana.
Los nombres son muchos. En la península quedarían inmortalizadas las figuras de los poetas de la llamada Generación del 27 y del 36 como la de aquellos hombres que se vieron conducidos a la muerte o al exilio y cuyas voces quedaron irremediablemente imperecederas a pesar del esfuerzo por acallarlas. Federico García Lorca fue el primero en caer, asesinado a las puertas del estallido de la guerra. Antonio Machado se lanza al exilio pero muere apenas traspasada la frontera con Francia. Miguel Hernández, ya instaurada la dictadura franquista, muere de tristeza y dolor en una prisión inhumana.
A lo largo de los años que duró este enfrentamiento se arrasó con el pueblo español y lo condujo a una destrucción dolorosa. Fue una guerra fratricida que se desarrolló en diferentes ámbitos, incluyendo el literario. Los poetas parecen haber levantado la bandera y en Argentina se alza una voz que lleva la palabra como un arma cargada contra el Fascismo e invita a un sueño colectivo, a una enunciación colectiva, donde crónica y poesía se unen bajo una misma causa.
¡Cómo me muero en Madrid!
La muerte en Madrid es quizás la obra más emblemática del poeta argentino Raúl González Tuñón. Aquella donde dejó la huella de su compromiso con una causa que él consideraba ineluctable: frente al avance del Fascismo, solo era posible la posición en contra de él.
Presente en España tanto antes como durante el estallido de la guerra, González Tuñón advierte la necesidad de aunar poesía y acción. La palabra del poeta bien podía servir para dejar testimonio de la realidad como si de un cronista se trata, y más allá también. La poesía, para González Tuñón, debía ser el arma empuñada como denuncia y la bandera que alimentara el espíritu combativo de los hombres y mujeres que resistían al avance de la derecha. Una canción que recordara a los caídos y honrara su lucha.

Murieron como todos los niños sin preguntar de qué y por qué morían. / A las 10 de la noche los aviones negros arrojaron bengalas como en la verbena.
Los niños muertos, en La muerte en Madrid (1939)
Raúl González Tuñón, en palabras de Pablo Neruda fue «el primero en blindar la rosa»,
frase que hace referencia a la primera obra importante en la carrera del poeta: La rosa blindada (1936) inspirada en la Revolución de Asturias de 1934. En este sentido, el poeta argentino se convirtió en una gran influencia para los llamados Poetas de la Guerra Civil Española, principalmente para Miguel Hernández. A La muerte en Madrid, la acompañaron otras obras como Las puertas del fuego, y demás documentos y cartas donde abogó por la defensa de la libertad, por el compromiso de la intelectualidad y contra la censura y el atropellamiento.
En estas calles con vientos de obuses, lejos de mi mujer, solo entre el viento, digo Madrid y siento gusto a sangre en la boca.
Un día primero de mayo, en Las puertas del fuego (1938)
Ya en Argentina y acabada la guerra, González Tuñón continuó fiel a su partidismo hasta su muerte en 1974, con una amplia obra que siempre dejó de manifiesto su ideología. Nunca dejó de ser ese joven poeta traspasado por la pasión de una idea. A González Tuñón le tocó vivir en un mundo terrible y solo supo batallar contra él. Imaginó la muerte de un poeta como si fuera su propia muerte y la muerte de todos los poetas al mismo tiempo.
Los que le vieron dicen que murió como un niño. / Para él fue la muerte como el último asombro. / Tenía una estrella muerta sobre el pecho vencido / y un pájaro en el hombro.
De El poeta murió al amanecer
Bajo el cri cri de las margaritas
En La muerte en Madrid, Raúl González Tuñón escribe uno de sus poemas más hermosos: Muerte del poeta. Allí escribe a Federico García Lorca los versos más bellos y desgarradores que, probablemente, se hayan escrito a su memoria.
García Lorca es el poeta más emblemático de aquellos que han sido víctimas de la brutalidad del Franquismo. Asesinado a las puertas del estallido de la guerra en Granada en 1936, Federico fue un hombre de una sensibilidad absoluta y un talento inigualable. Por «rojo» y «maricón» lo fusilaron y su cuerpo aún no ha sido encontrado luego de una infinidad de idas y venidas judiciales y de varias excavaciones infructuosas en el territorio donde fue asesinado. Su muerte llamó al levantamiento de las voces de la intelectualidad que, durante años y décadas, continuaron llorando a su poeta caído.
¡Qué amor al que cayó por el acero / de un alba de asesinos y de obispos! / ¡Qué olor a siempreviva apasionada / en donde se desploma Federico!
En Muerte del poeta, en La Muerte en Madrid (1939)
Cuando la violencia comenzaba a sobrevolar por el territorio de España durante los años de inminente caída de la Segunda República, Federico García Lorca fue advertido para que no volviera a España (el poeta se encontraba viajando en una exitosa gira por América de la cual pasó 6 meses en Buenos Aires en donde dirigió sus propias obras y entabló amistad con muchos otros escritores). Sin embargo él volvió a Granada, pese a ser señalado como enemigo de la derecha y, luego de la aparición de La casa de Bernarda Alba, su destino se selló.

Nunca se pronunció a favor de ninguna bandera ideológica ni política. Federico se sentía un ciudadano del mundo, amigo de todos. Sin embargo, las acusaciones que pesaban sobre él eran tan variadas como absurdas. Finalmente fue detenido y fusilado en la madrugada del 18 de agosto de 1936 y enterrado en una fosa común en algún lugar en las inmediaciones de Alfacar junto a otros asesinados, pero nunca se halló su cuerpo. H.G. Wells abogó por su aparición a las autoridades de Granada: «H. G. Wells, presidente de Pen Club de Londres, desea con ansiedad noticias de su distinguido colega Federico García Lorca, y apreciará grandemente la cortesía de una respuesta.» Le respondieron que no tenían idea dónde se hallaba Federico.
En 1937, en la revista Ayuda, Antonio Machado escribió El crimen fue en Granada, una muestra más del terrible duelo que se propagó entre sus colegas.
Se le vio, caminando entre fusiles, / por una calle larga, / salir al campo frío, / aún con estrellas, de la madrugada. / Mataron a Federico / cuando la luz asomaba. / El pelotón de verdugos no osó mirarle la cara. / Todos cerraron los ojos; / rezaron: ¡ni Dios te salva! / Muerto cayó Federico / -sangre en la frente y plomo en las entrañas-. / ...Que fue en Granada el crimen / sabed -¡pobre Granada!-, en su Granada...
En Poeta en Nueva York, un enigmático poema parece decirnos que Lorca anticipó su muerte y su desaparición. Y que, de alguna forma, él también cantó su trágico desenlace.
Cuando se hundieron las formas puras / bajo el cri cri de las margaritas, / comprendí que me habían asesinado. / Recorrieron los cafés y los cementerios y las iglesias, / abrieron los toneles y los armarios, / destrozaron tres esqueletos para arrancar sus dientes de oro. / Ya no me encontraron. / ¿No me encontraron? / No. No me encontraron. / Pero se supo que la sexta luna huyó torrente arriba, / y que el mar recordó ¡de pronto! / los nombres de todos los ahogados.
De Fábula y rueda de los tres amigos, en Poeta en Nueva York (1930)
Gotas de sangre jacobina
La muerte de Federico da inicio al dolor poético de la Guerra Civil Española. Pero aún no finalizada la contienda, y luego de la caída Madrid y a punto sucumbir Barcelona en manos del ejército nacionalista, se intentó salvar al gran poeta español, Antonio Machado quien, en el apogeo de su carrera intelectual, aportó su voz para la defensa de la cultura y de la intelectualidad española frente al avance de la barbarie fascista.

(…) si mañana un vendaval de cinismo, de elementalidad humana, sacude el árbol de la cultura y se lleva algo más que sus hojas secas, no os asustéis. Los árboles demasiado frondosos necesitan perder algunas de sus ramas, en beneficio de sus frutos. Y a falta de una poda sabia y consciente, pudiera ser bueno el huracán.
En El poeta y el pueblo, publicado en el diario La Vanguardia (1937)
Él y su familia son puestos a resguardo por la Alianza de Intelectuales y evacuados de Madrid luego de mucha insistencia por parte de Rafael Alberti y León Felipe, entre otros. Finalmente, comenzó su peregrinaje de Madrid a Valencia, de Valencia a Barcelona y de allí finalmente al exilio, donde murió a los pocos días de cruzar la frontera, luego de atravesar la lluvia y el frío. Había tenido que abandonar su equipaje porque el éxodo de españoles era masivo y se había producido un embotellamiento en la frontera. Y Machado era un hombre mayor y el cansancio le ganó la pulseada o bien no soportó abandonar su patria. Murió en Colliure donde fue enterrado con su madre que murió también de dolor a los ochenta y cinco años, tres días después que muriera su hijo, el poeta. La tumba donde ambos aún descansan fue cedida por una vecina del lugar. Si leemos su poema Retrato, no podemos más que recordar aquellos versos de García Lorca sobre su muerte.
Y cuando llegue el día del último viaje, / y esté al partir la nave que nunca ha de tornar / me encontraréis a bordo ligero de equipaje, / casi desnudo, como los hijos de la mar.
En Retrato, de Campos de Castilla (1912)
Y allí queda inmortalizado Antonio Machado cuando el avance del ejército nacionalista auguraba su victoria. Instaurada luego la larga dictadura de Francisco Franco, conocerá la persecución el más apasionado de los poetas de la Guerra Civil Española: Miguel Hernández.
En la cuna del hambre
Miguel Hernández se sumó a las filas de las fuerzas republicanas. Más que la palabra, empuñó el arma y se afilió al Partido Comunista de España en 1936. Conjugó política y literatura. En 1937 se sumó al II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura y representó a la República en la Unión Soviética. Conoció el amor y fue padre. Su primer hijo murió a los pocos meses de nacer. El segundo, Manuel Miguel, es el protagonista de las Nanas de la cebolla.
Al terminar la guerra civil, Hernández busca escapar a Portugal pero es entregado por el régimen zalazarista. Boya de prisión en prisión, en condiciones infrahumanas. Muchos interceden por él y lo salvan del fusilamiento, pero jamás le es concedida la libertad definitiva. Estando en prisión, recibe una carta de su mujer en la que le cuenta que solo tiene para comer pan y cebolla.
En la cuna del hambre / mi niño estaba. / Con sangre de cebolla / se amamantaba. / Pero tu sangre / escarchada de azúcar, / cebolla y hambre.

En una ocasión, estando en la prisión de Palencia aseguró que no podía llorar porque las lágrimas se le congelaban. Murió de tuberculosis y tristeza a los treinta y un años y parece ser que no pudieron cerrarles los ojos. Vicente Aleixandre escribió:
No lo sé. Fue sin música. / Tus grandes ojos azules / abiertos se quedaron bajo el vacío ignorante, / cielo de losa oscura, / masa total que lenta desciende y te aboveda, / cuerpo tú solo, inmenso, / único hoy en la Tierra, / que contigo apretado por los soles escapa.
En Elegía en la muerte de Miguel Hernández
El cuento en sí
En la vida y en la muerte, los poetas de la Guerra Civil Española y, así como también, aquellos escritores de otras latitudes que se comprometieron con la causa republicana, quedaron envueltos en un manto romántico, casi místico por momentos, que nos habla de luz que emergía de sus grandes apasionamientos. En un tiempo convulsionado en que la libertad requería de grandes héroes, la literatura adquirió un compromiso tal que difícilmente volvió a replicarse. Curiosamente, en el sanguinario intento por acallar las voces que cantaron a la libertad, le dieron una eternidad indiscutida y su obra sobrevivió circulando en la clandestinidad, guardada como un tesoro y, finalmente, expuesta al mundo en el extranjero y en suelo español a la muerte de Franco.
Hablar solamente de la literatura no sería hacerle justicia a otras ramas del arte como el cine, por dar solo un ejemplo, cuyo embanderado bien podría ser Frédéric Rossif que dirigió, en 1963, Morir en Madrid, un documental que relata los estragos de la Guerra Civil Española y que sorprende por la gran cantidad de material filmado lo cual es sólo una de las aristas que lo vuelven una película imprescindible.

La cuestión primordial vuelve a ser el arte como testimonio. En épocas donde intentan inventar los cuentos para justificar la muerte y el avasallamiento de las ideas, siempre surgirán las voces que vengan a cantar los suyos propios, casi como una forma de contrarrelato para que la historia venga a juzgar por sí misma.
Porque ningún cuento pueden inventarle al que conoce todos los cuentos, como escribió León Felipe:
Yo no sé muchas cosas, es verdad. / Digo tan sólo lo que he visto. / Y he visto: / que la cuna del hombre la mecen con cuentos, / que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos, / que el llanto del hombre lo taponan con cuentos, / que los huesos del hombre los entierran con cuentos, / y que el miedo del hombre… / ha inventado todos los cuentos. / Yo no sé muchas cosas, es verdad, / pero me han dormido con todos los cuentos… / y sé todos los cuentos.

Comments