1
Puede que el silencio,
enemigo de mi vigor
disfrace una calma, un ente sereno,
me regale un poco más de espacio.
Me guíe hacia mis miedos, los retuerza
los acomode en fila, un pelotón de fusilamiento
como si no supiese que existen;
como si no quisiese enterrarlos, romper el parquet
romper las paredes,
dejarlos escapar, no darles de comer.
Puede que la vida esté suspendida
dentro de mi casa del Conurbano.
Que solo se mueva el sol y me encuentre
inmóvil sobre el living, ni siquiera
corra las cortinas ni acomode los almohadones.
Es pesado respirar con el polvo
que ciega mi pertenencia, mi derecho a elegir
cuánto me conmueve todo lo que me sostiene.
2
No contemplo desde esta cama
mayor placer que mirar los pájaros
que revolotean sobre el jardín.
Descansan las palomas al sol
con las alas plegadas, exentas del peligro.
Por la tarde se posan en la medianera
se juntan en pares, se pelean
toman agua de la fuente y buscan alpiste.
Yo comparto el pan de mi merienda, duro e indiferente
lo trituro, lo arrojo en el pasto
las palomas bajan desesperadas, lo devoran sin agradecer.
Somos dos especies tontas y tiranas
regocijadas en la rutina, devotas al creer
que amar un hogar propio
es el mayor acto de libertad.
3
Recuerdo haber elegido la soledad
y resguardarla en esta casa
abrazada, inmune al riesgo
un escudo de protección tosco, terco
exagerado pero efectivo.
Mi fe se mueve, absoluta, lenta y conforme
en un hueco, con los ojos cerrados;
mimetizada con las orugas que se sostienen sobre el alero.
Sobrevivo dentro de esta crisálida, el lugar que llamé mío
para que las pieles no me toquen
y las palabras no me disparen,
hasta deshacerme al fin en tierra amarga,
invisible, inmóvil;
despojada
de tener que reconocerme.
4
Llovimos mucho
mis esperanzas, mis intentos
de voluntad y carisma
mis deseos de derribar puertas
que no pude abrir ni saltar.
Llovimos y naufragamos
otra vez refugiadas en el agua;
se escapa de las manos, no podemos sostenernos.
Mejor dejarse escurrir, usarse para limpiar estas baldosas
rociar flores y ser bebidas por pájaros y hormigas;
impregnar raíces, imaginar una nueva identidad,
una que humedezca pero que no desaparezca.
5
Los mediodías en casa son vastos hilos de luz
que repiquetean desde la ventana de la cocina.
Se posan en mi almuerzo, suplican que los devore.
En los mediodías de casa se derriten al sol
las imágenes de mi vida estática.
Doy vueltas sin parar en la cocina,
arrojo las cucharas al suelo para hacer un poco de ruido;
todavía existo, mis extremidades pueden generar
un poco de sensación, de aire caliente.
En los mediodías de casa cuento los segundos, inhalo
me recuesto en el hormigón, exhalo
tomo agua y la escupo, nada en mi cuerpo
se queda más tiempo, se posa y se relaja.
Nada en mi cuerpo altera la pasiva existencia.
/Es intencional que los poemas no tengan títulos.
(Buenos Aires - Argentina) Nació en Buenos Aires en 1991. Es licenciada en Comunicación Audiovisual por la Universidad Nacional de San Martín y Estilista de Moda por la Escuela Argentina de Moda. Publicó Todas las flores que supe querer, su primer poemario por Halley Ediciones y es editora de Sofoco, una plataforma de difusión de moda latinoamericana.
Podés seguirla en @jessignore
Comments