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Revolución en la literatura

Librescas


Por Juan Francisco Baroffio



Todos, alguna vez, escuchamos decir que en la literatura ya está todo escrito. Hace siglos, tal vez milenios agregan otros, que se escribió el último tema original.

Aunque a veces aparecen escritores (sí, vamos a llamarlos así) que contactan a críticos y editores para ofrecerles su nueva obra, la que consideran «diferente» a todo lo publicado. Exceso de confianza, de marketing o falta de lecturas. O un poco de todo.

Sin embargo, cada tanto, aparecen aves extrañas con propuestas interesantes, revolucionarias, o por lo menos curiosas y originales.

Hace poco se puso en contacto conmigo C.G.M., escritor y editor argentino, para contarme sobre un grupo de autores que proponían la confección de un texto muy particular. C.G.M., cuyo criterio siempre me pareció, como mínimo, atinado, me invitó a reunirme con estas personas y ver qué tenían para proponer.

A pesar de mis usuales suspicacias respecto de las propuestas que vienen a «revolucionar» la literatura, debo confesar que sentí interés. Había algo en el énfasis de C.G.M. que me hizo picar la curiosidad. Y bueno. Después de todo la búsqueda de nuevas voces es una de las tareas que emprendemos en esta revista y no desdeñaría publicar algo revolucionario.

El encuentro fue en un lugar bastante cliché: un café porteño. En una mesa nos esperaban cuatro personas. Eran «individuales», según me explicaron. Esto quería decir que preferían no etiquetarse de ninguna forma: hombre, mujer, alto, bajo, escritor, albino, argentino, o cualquier otra cosa que por definirlos los limitara. En esta extraña presentación ocuparon los primeros quince minutos del encuentro.

A mis preguntas las respondían con aceitada capacidad de evasión. Como si estuvieramos en un juego de ingenios en el que dar una respuesta directa y concreta significara perder. Ante mi evidente confusión, uno se resignó a explicarme que no querían ofenderme con sus respuestas y charlas. Que ellos no sabían cuál era mi religión, mi orientación sexoafectiva, mi pensamiento político ni los traumas que yo podía acarrear desde la niñez. Entonces, buscaban no ofenderme de ninguna forma. Les aseguré, por el bien de la conversación, que no me iba a ofender. Se los prometí. Dudaron e intercambiaron miradas incómodas. Pero se soltaron un poco. No demasiado. Aún los veía batallar en sus cerebros con las respuestas que me iban a dar.

En concreto (es una forma de decir), se proponían escribir un cadaver exquisito (no lo llamaban así para ahorrarles un mal momento a los necrófobos), en que la trama resultara apta para todo público; que cada palabra estuviera cuidadosamente razonada, milimétricamente calculada para no ofender o provocar dolor a nadie. Buscaban crear la obra literaria «más revolucionaria jamás escrita» (aquí los cito textualmente). Creían que, hasta ahora, toda la literatura había sido escrita por personas cuestionables en algún aspecto de sus vidas y que por ende sus obras contenían, en algún punto, elementos ofensivos, injustos o crueles.

De esto hace ya unos meses. Sinceramente sigo con curiosidad sus avances. Solo que hasta ahora no pasaron de la página en blanco.

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