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José Salem

Foto del escritor: Ulrica RevistaUlrica Revista

Reseñas - Edición N42 - 43



Abogado y muy porteño, a pesar de sus años viviendo en París, José Salem da otro paso en su carrera literaria al publicar su primera novela: Dominó.

Los que lo hemos tratado sabemos que es un porteño elegante, casi un dandy, pero sin afectación y de una calidez innata. Las páginas de Ulrica Revista lo han tenido como colaborador: recomendó Las gratitudes de Delphine de Vigan en nuestra columna Librero por un día (Año II - N°15), escribió un apasionado perfil del francés Emmanuel Bove (Año III - N°28) y en la sección de narrativa, Lunes el desmemoriado (Año II - N°20).

Esta lista de colaboraciones con nuestra publicación nos revela en Salem a un lector muy particular: «De manera general, todo lo que hemos leído en la vida nos moldea, nos forma y, por lo tanto, se refleja de manera inevitable e inconsciente en lo que escribimos», nos dice. Y su novela, se ve claramente influenciada por sus lecturas.

El protagonista de Dominó tiene algo de los solitarios casi inabarcables de Albert Camus, de Sándor Márai o de Stefan Zweig. Y sus elucubraciones, que enfrentan moral y razón, son dostoievskianas. Estos autores, junto a Kundera y Proust, están entre los escritores que han sedimentado su narrativa, reconoce Salem.

La acción de esta novela, publicada por la española Fagus Editorial, es regida por Tomás Ruiz, un jubilado viudo de un suburbio de clase media de la Ciudad de Buenos Aires. Un personaje que encuentra una última vitalidad, casi secreta, que se superpone a los achaques y manias de su vida. Esa vitalidad es depertada por un trágico suceso: el violento asesinato de Manolo, vecino y amigo. El muerto, otro inofensivo jubilado, es parte de un grupo que rutinariamente se reune alrededor de partidas de dominó. Y, como en ese juego, cada ficha de la historia va construyendo un camino sinuoso.

A pesar de tratarse de una historia con todos los tintes del thriller y del policial, en los que pululan policías de baja ralea, comisarios toscos y la corrupción del país, la novela encierra una profunda reflexión sobre el mundo de los ancianos. Se aparta de los lugares comunes, ya que sus viejos son modernos, contemporáneos, y no abuelitos de cuento. La trama en la que Tomás Ruiz, que es también el narrador, se ve envuelto lo empuja por caminos y viajes inesperados, pero el clima de su aventura está alejado del hilarante best-seller del sueco Jonas Jonasson, El abuelo que saltó por la ventana y se largó, y más cercano a la afamada Diario de la guerra del cerdo, del también porteño Bioy Casares. «Es un tema muy tratado en la literatura aunque, según me parece, en ficción se escribe sobre nuestros viejos desde afuera -profundiza el autor-. Fijate que, en general, las personas mayores participan en las novelas como "la madre de", "el tio de", "el abuelo de", pero no tanto en su rol de protagonistas; si a eso le sumás que la novela orilla el género policial, estamos, entonces, ante una suerte de policial de la vejez, algo bastante alejado de lo que se lee, se ve en el cine, en las series o en el teatro donde, en general, los adultos mayores ocupan roles secundarios».

Estar siguiendo la historia desde la mirada particular del protagonista, nos permite ser parte de sus reflexiones, disparadas por la memoria de una larga vida, pero, también por las manías y obsesiones. Esta decisión creativa, nos cuenta el autor, nos lleva a que «no hay intermediarios entre su saber y entender -su percepción- y el lector: la vejez es mostrada desde adentro, desde el anciano que nos habla. De allí que, y esa sí fue una decisión que tomé desde el vamos, me tuve que meter en la piel de un hombre de unos ochenta años, tratar de pensar como él, de sentir como él y obrar en consecuencia».


ULRICA: Tu novela se relaciona con el policial y el suspenso, que son solo la estructura de una reflexión de otro orden. ¿Por qué elegiste trabajar esos géneros?

JOSÉ SALEM: Tal como decís, esos géneros son nada más que la estructura sobre la cual me apoyé para poder contar lo que quería. En realidad, no elegí trabajar con el policial ni con el suspenso, no al menos a priori, cuando empecé a escribirla. Lo que sí tenía claro era que iba a hablar de la vejez, de cómo es la rutina de los octogenarios de clase media, de sus expectativas, sus recuerdos, sus amores, de cómo ven la realidad que los circunda, de sus sueños. Y en ese sentido, a poco de haber arrancado sentí que los personajes debían atravesar alguna situacíon límite, algo que los sacara de la modorra que se asocia a la vejez, que los sacudiera para, de esa manera, desde una situación de crisis, tener que enfrentarse con ellos mismos, con sus principios y, sobre todo, con sus propios miedos; hablo de miedo como motor que impulsa a actuar -o a quedarse recluido en un rincón, según la personalidad de cada uno-, pero que, en cualquier caso, no deja indiferente, obliga, cuanto menos, a un replanteo, si no de la vida de la etapa que se atraviesa.


U: ¿Cómo fue el proceso de escribir tu primer novela y salir del cuento?

JS: Fue un proceso natural, hasta lógico. Como lector, siempre me gustó más la novela que el cuento. Soy de largo aliento: una vez que entro en una historia no me quiero bajar, no tan pronto. En verdad, cuando me puse a escribir con cierto compromiso empecé por el cuento, tal vez por ese prejuicio de que, al ser más corto, pareciera más simple; aclaro que no creo que sea así, no hay un género, cualquiera que fuera, más simple que otro. Donde la vida nos lleva, mi libro de cuentos, fue una recopilación de mis primeros escritos, por supuesto que retrabajados en profundidad. De ahí en más, salvo por alguna que otra invitación de alguna revista literaria a escribir un texto corto, solo he escrito novela. Es por eso que no me ha costado el proceso de cambio. Es en la novela donde más cómodo me siento y, sobre todo, donde más disfruto; y no hay que olvidar que la literatura, incluso como escritor, debe darnos placer ante todo; de lo contrario no tendría mucho sentido.



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