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James Joyce, un dublinés en el mundo

Una introducción a la vida y obra del genial autor irlandés.


Por Nicolás Cerruti


Ilustra Mirabella Stoor

James Joyce. O mejor: James Augustine Aloysius Joyce (con un nombre de mujer dentro de sus otros nombres), fue un empedernido lector irlandés, estudiante de medicina en Francia, cantante tenor con una prodigiosa voz, andariego o exiliado –como le gustaba pensarse–, profesor de inglés en tierras extranjeras (donde pasó la mayor parte de su vida, por ejemplo Italia), empresario que llevó el cine a lugares inhóspitos, montó obras de teatro, y se preocupó por que Dublín, su ciudad natal, fuera reconstruida a través de sus escritos, bar por bar, calle por calle, si se cometía el despropósito de destruirla. Dada la particularidad del pueblo irlandés en esos años (principios del siglo XX), no era algo extraño de pensar. Era socialista, pero no ejercía.

Contrario a la Iglesia católica, sostuvo todas las supersticiones que encontró en su vida y diversos miedos, como a los perros y a las tormentas. Abstemio (a causa del alcoholismo de su padre) hasta que un amigo quiso arruinarlo –y lo logró–, se dedicó a beber vino blanco, siempre luego de las 7 de la tarde, mientras entonaba cantos y repartía las riquezas que no poseía a sus compañeros de copas.

Se casó luego de bastante tiempo con Nora Barnacle (para el horror de muchos: el que no se haya casado antes) cuando ya tenía dos hijos con ella, Giorgio (cantante) y Lucía (bailarina).

Fue Nora la que convirtió a ese hombre desalineado en un prototipo de dandy, debido al interés por los sombreros y las vestimentas. Aunque Joyce nunca abandonó sus zapatillas de tenis, pues le resultaban realmente cómodas (como se sabe de sobra).

Hizo trabajar a muchas personas a su alrededor, dado su problema con la vista, que lo dejó casi ciego, luego de más de 13 operaciones, que, por períodos extensos, lo obligaban a reposar en cuartos oscuros. Nora había dicho que, de cruzarse con Dios, también le encontraría alguna cosa para hacer.

Juerguista y tímido en partes iguales, intelectual y antiacadémico, ignorante, sabio y generoso estafador, era mejor que no fueras su amigo porque encontraba la forma de que le prestaras dinero (del que siempre estaba careciendo) y nunca te lo devolviera. Como a su hermano, Stanislaus, para quien fue un dolor de huevos y un amor inmenso al mismo tiempo.

Cuando podía, escribía. Así logró un libro de poemas, Música de cámara, un libro de cuentos bastante digno, Dublineses, cuyo cuento “Los muertos” logró cierta notoriedad, una obra de teatro, Exiliados, y otros textos más… nunca abandonó la poesía o el decir poético en todos sus escritos, o más bien, el decir musical. Llevó las lenguas a su punto de no retorno cuando realizó Finnegans Wake, libro que podría no leerse, pero si se lo hace, alguna que otra sonrisa nos deparará.

Retrato del artista adolescente y una versión anterior del mismo libro, pero con más páginas (que supieron alimentar el fuego), Stephen el héroe, son sus obras donde más generosamente habla del arte y del quehacer del artista.

Un gran dolor estomacal lo abrazó sus últimos años, entre úlceras y demás problemas corporales. Murió a los 58 años, de una peritonitis.

También escribió el Ulises.


 

(Buenos Aires - Argentina) Nicolás Cerruti es escritor, editor y psicólogo. Estudio en la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Es uno de los fundadores y co-editores de Las furias editora. Ha publicado, entre otros, la novela La voz en off (Letra Viva, 2012), y los ensayos ¡Cuidado con la música! La filosofía de Nietzsche como música. El psicoanálisis en su musicalidad (Letra Viva, 2014), Bellas y Bestias. Los personajes infantiles al diván (Letra Viva, 2015) y Errancia a diario. Elogio del caminar (La docta ignorancia, 2020). Su último libro es Deconstruyendo al Joyce de Lacan (Las furias editora, 2022).

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