Por Sabastián Lidijover
Alguna vez leí en un ensayo de neurociencia sobre un caso fascinante -y terrible- en el que
una persona había perdido la capacidad de leer pero no la de escribir. La mano trazaba,
una detrás de otra, sobre el papel, las palabras de una frase que el cerebro no podía
descifrar.
Leer y escribir como dos cosas tan separadas que pueden desconocerse. La escritura como
algo que no le pertenece a nuestra mente, sino como algo que está en nuestro cuerpo.
Pero no quiero hablar de neurociencia, sino de un precioso libro de Eugenia Almeida,
Inundación. El lenguaje secreto del que estamos hechos, publicado por Ediciones
Documenta/Escénicas. Un ensayo breve, con capítulos cortos escritos con una prosa
poética. Cada uno con una letra, formando un alfabeto personal, íntimo -una intimidad que
incluye también a quien lo lee- en el que reflexiona sobre la escritura. Un libro atravesado
por esta idea que hablaba al principio, que son los cuerpos los que escriben.
¿Por qué escribir? ¿Cómo? ¿De dónde surge esa necesidad? ¿Qué es lo que se busca?
¿Qué es el silencio, cuántas formas tiene? ¿Cómo se habla del lenguaje con el lenguaje?
¿Cómo se habla de la escritura escribiendo? Eugenia Almedia responde y pregunta al
mismo tiempo. Mostrándose ella, pero también desnudando las palabras. Volviéndolas
piedras que pueden girarse y que pueden flotar. Contando historias, propias, ajenas
(volviendo propias las ajenas).
Es uno de esos libros que termina todo subrayado. Algunas de las frases que marqué:
«Comenzar a escribir tiene que ver con el deseo. Continuar escribiendo, no.»
«Kafka decía: 'Un libro tiene que ser un hacha que abra un agujero en el mar helado de
nuestro interior'. ¿Necesitamos que alguien nos explique en qué piedra fue afilada ese
hacha?»
«Gastar, entonces, todo aquello que apunte a lo familiar. Desarmarlo, ver de qué está hecho,
poner esos fragmentos sobre la mesa y soportar un tiempo de vacío.»
«Solo cuando se ha atravesado eso, la escritura puede decir algo propio.»
«Escribir es estar a la intemperie.»
Es un libro que se relee. Que se deja a mano para abrir cada tanto al azar y reecontrarse
con esas felicidades que Eugenia Almeida nos regala en cada página. Es, además, un
objeto precioso: el tamaño pequeño que entra cómodamente en una mano, el papel, la
textura de la tapa, la ilustración de la guarda; es uno de esos libros que dan ganas de
acariciarlo.
Es, paradójicamente, un libro sobre la escritura que incentiva a leer. No solo porque desfilan
historias -pequeñas pero reveladoras- de distintas autoras y autores: Irène Némirovosky,
Herman Hesse, Simone Weil, Kafka, Bradbury.Sino porque es una invitación a buscar en
otras lecturas todo eso que se pone en juego al escribir. Tratar de descifrar qué cuerpos hay
detrás de las palabras.
(Ciudad de Buenos Aires, Argentina). Sebastián Lidijover trabajó como librero diez años. Después se cruzó al otro lado del mostrador y durante otros diez siguió hablando de libros pero en una distribuidora y editorial, visitando las librerías primero y más tarde haciéndose cargo de la prensa. Hoy lleva adelante el club de lectura Carbono y trabaja para la Editorial Anagrama desde Argentina. Es el creador de La foto loca de los viernes en Instagram.
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