Por Lucía Osorio
En una adaptación cinematográfica el texto original puede aparecer de muchas maneras. El más común - y menos interesante - es el uso del libro como raíz primordial del argumento. En otros casos, con mayor o menor éxito, los cineastas intentan encontrar recursos del lenguaje audiovisual que puedan hermanarse con los recursos literarios. En Hermia y Helena, de Matías Piñeiro (2016), el texto original aparece en todas sus formas: como referente de las peripecias de sus personajes, como motor de búsqueda estilística en sus diálogos y cuestionamientos filosóficos y, por supuesto, como objeto. El texto es filmado en las páginas de los libros, y en reiteradas veces también se sobreimprime en el plano. El texto baila sobre la imagen.
Sueño de una noche de verano (1545) está organizado en tres líneas argumentales que convergen en una serie de enredos amorosos entre los personajes (Hermia y Helena son dos de las protagonistas), además de la intrusión de personajes fantásticos y ritos mágicos que alteran el curso de los acontecimientos, dando como resultado una de las comedias más famosas de William Shakespeare.
¿Qué puede venir a aportar una película argentina del siglo XXI a este clásico de la literatura inglesa? Nada. O más bien, todo.
Es justamente la irreverencia de Matías Piñeiro, que elige como inspiración una obra de semejante tamaño, la que hace de su película una obra brillante, poseedora del desenfado y la frescura que bien supo plasmar el autor inglés en 1545.
En Hermia y Helena la protagonista es Camila, una joven directora de teatro. Su historia comienza cuando viaja de Buenos Aires a New York gracias a una beca artística que le permite trabajar en su nuevo proyecto: la traducción al español de Sueño de una noche de verano, de Shakespeare. Al poco tiempo de su llegada, Camila se da cuenta de que todo lo que dejó atrás en Argentina aparece una y otra vez de distintas formas, y no tiene más remedio que enfrentar esos fantasmas inesperados.
Piñeiro dialoga con Shakespeare, no sólo porque su protagonista se ve involucrada en situaciones de enredo y confusión, ni porque la traducción de la obra esté representada como tema, ni por utilización de diálogos casi textuales. Piñeiro dialoga con Sueño de una noche de verano cuando comunica dos espacios narrativos. En el libro original, la duplicidad de los espacios estaba dada por el universo de los humanos y por el de los seres míticos en una constante puja por traspasar los límites posibles de la convivencia. En la película esos dos espacios son Buenos Aires y New York. Distantes y contemporáneas. Camila vive en Manhattan, pero piensa en Buenos Aires, y la organización del relato se maneja con la misma libertad. Va y viene. Vuelve y se va, otra vez.
Esta vez, la película no adapta el texto. Lo saca a bailar.
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