Ilustra Alejandro Valbuena
«Thus, having swallowed Cupid's golden hook,
The more she strived, the deeper was she strook.»
Hero and Leander – Christopher Marlowe
Aquel arroyo entre el yuyal era lo más alejado que se podía estar del Olimpo. Pero no se necesitan liras ni a Afrodita para que dos jóvenes tengan sus ilusiones de amor. Ni sus tragedias. Ni sus comedias.
A Iván no le importaban las prohibiciones. Ni las de los padres de ella, ni las de los suyos, ni las de los dioses que ignoraba… y que, de haberlos conocido, también le hubiesen importado poco. Que las familias arreglaran las viejas ofensas desencadenadas por un terreno en el monte y un caballo o dos, según a quién se le preguntaba. Y si había disputas de hembras y cuernos, como decían otros, lo mismo. Que lo resolvieran los ofendidos. Para él la sangre no era tan espesa. Su universo tenía un centro y todos sus caprichos y calenturas giraban a su alrededor. No necesitaba una Jerusalén o un Cuzco. Cuatro paredes precarias al otro lado del arroyo le habían revelado una sabiduría ancestral que, aunque vieja, se le hacía casi familiar. Era el paraíso en un calor infernal.
La casilla de adobe y paja del otro lado del arroyo entre el yuyal estaba aislada del resto de las construcciones, en una zona un poco más elevada y que no se inundaba con las crecidas. A veces él la observaba desde la copa más alta de un ibapoy mientras ella tendía la ropa en la soga. Ella sabía que él andaba por allí. Podía sentir sus ojos negros y pequeños recorriéndola con aquella clase de amor lascivo y prohibido que ella creía era irresistible. Para que supiera que ella sabía que él estaba entre los árboles, al otro lado del arroyo, a veces se levantaba el vestido ordinario y de tela finita, remendado, desflecado, y le mostraba la cola mientras recogía la ropa del balde.
Iván la miraba y apenas si podía contener el equilibro en la copa de los árboles. Era difícil sujetarse con una sola mano y no perderse nada de su amada Yanina. Podía sentir, traído por el viento, los olores de ella. Esa mezcla, como un almizcle dulzón, de tierra, jabón y sudor. Él conocía bien los olores de ella. También la suavidad del espacio entre sus pechos, sus pezones grandes y oscurísimos, los pliegues de su vientre, la dureza de sus pies y sus talones partidos.
Cada noche ella dejaba una vela encendida en la ventana del precario anexo de madera de guayubirá que era su dormitorio. En medio de la oscuridad de la noche él atravesaba el campo y cruzaba el arroyo guiado por ese puntito que bailaba con la brisa que no hacía amainar el calor. Calor pegajoso, denso y latinoamericano.
Para Yanina, aquel secreto randez vous de varios meses, se repetía sensual y excitante. Pero para ella el tiempo se le hacía más largo. Como si esta historia fuera un dèjá vu de tiempo inmemorial. El amor, creía Yanina, eran muchas cosas que ella podía hacer suyas con todos sus sentidos. Un cuerpo desnudo y largo; un cuello de sudor salado; una virilidad descubierta solo con el tacto y que en su imaginación tenía aspecto de animal; el secreto cansancio de las mañanas y la espera impaciente de la noche; el recuerdo que quemaba y humedecía más que la pesada humedad del calorazón. Todo eso era el amor.
Pero los amores condenados son trágicos, pues de otro modo no valdrían la pena de ser narrados y recordados. Yanina esperaba desnuda, después de haberse lavado con un trapo enjabonado y el agua de catuaba que tenía en un balde escondido para que no supieran en su casa. Para que no supieran que ella ya estaba iniciada en las artes amatorias, de los afrodisíacos y del payé.
Iván, con el agua hasta el pecho, se resbaló y se hundió en el arroyo varias veces. Esa noche el caudal era abundante y corría veloz. Sus pies se hundían en el barro y le costaba avanzar como si una fuerza extraña lo arrastrara al fondo. Nunca usaba el bañado porque lo dejaba en una zona despejada y desde la que podían verlo desde la casilla de Yanina o de algún vecino. En cambio, desde ese lugar, salía directamente a una zona apartada y a la ventana con la romántica luz que lo guiaba. No le daban miedo las víboras ni la oscuridad. Pero esa noche, a pesar de todo su ímpetu juvenil y varonil, no podía avanzar y sentía que la corriente se lo iba a llevar. Oscuros presagios. O recuerdos.
Yanina esperaba acostada con las piernas separadas en dirección a la ventana sin vidrio para que eso fuera lo primero que él viera al llegar. Estaba tan perdida en las fantasías amatorias que recreaban sus manos y en recordar las palabras impúdicas que Iván le gemía en los oídos, que no se percató de que el calor aumentaba en la pequeña habitación…
Iván, medio ahogado, tosiendo agua y trastabillando porque sus piernas no parecían capaces de sostenerlo, salió del arroyo para ver el inmenso fuego que consumía la habitación de Yanina. La familia y los vecinos, incluso la familia de Iván, corrían histéricos de un lado para otro con baldes llenos de agua. Pero era tarde para salvar la casilla y para salvarla a ella. Aquella noche, a la vera de un arroyo entre un yuyal sudamericano, ella había ardido por dentro y por fuera.
(Quilmes - Argentina) Juan Francisco Baroffio nació en 1989. Es escritor, historiador, ensayista y bibliófilo. Director de Ulrica Revista. Ha realizado cursos de literatura en Harvard University y de Filosofía Política en Università degli Studi di Napoli Federico II. Ha publicado en diversos medios de Argentina (Infobae, La Nación, Todo es Historia, entre otros). Autor de Cuentos para la chica del abrigo rojo (2018) y El Restaurador: Juan Manuel de Rosas entre la mitología y la realidad (2019). Sus cuentos han sido publicados, también, en diversas antologías.
(Maracaibo, Venezuela) Alejandro Valbuena nació en 1986. Egresado de la Escuela Nacional de Artes Plásticas “Julio Árraga”. Licenciado en Diseño Gráfico, Universidad (URBE) Venezuela. Exposiciones individuales Tiempo de Cambios (Venezuela 2010) y Pisando Fuerte (Argentina 2012). Exposiciones Colectivas Arte Visual Zuliano (Venezuela 2009). Universidad de Bs. As. (Argentina 2011). VI Bienal de Maracaibo (Venezuela, 2012). Pop Up Art Gallery (Panamá, 2020). www.alejandrovalbuena.wordpress.com
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